CIUDAD DE MÉXICO.- Adorar a El Potrillo es casi una religión. Es bendecirlo cada noche en un escenario, gritarle, anhelarlo, desearlo, adorarlo, chulearle la pompa, soñar que abraza a todas las damas que le son fieles.
No importa que desde hace tres años arranque con Cóncavo y Convexo, continúe con Cuando digo tu nombre y muestre sus respetos al fallecido Poeta del Pueblo con Estuve, una oda a Joan Sebastian que enseña los valores y el respeto con el que lo educó su inmortal patriarca El Charro de Huentitán.
Una vez más volvió al Auditorio Nacional anoche, con un guión determinado, pero con variaciones en su vestuario como el traje y zapatos negros, elegantemente nocturno y automáticamente imán de soñadoras de 50, 40, 30 años, hasta de las jovencitas chulas que tomaron sus mejores piezas sólo para gritarle “¡qué nalgotas!”. La formalidad no está peleada con la sinceridad ni con el barrio.No hubo nada más cómico que admirar la felicidad de una mujer endiosada con el galope del cantante, que las caras de sus acompañantes, hombres, acomodados en la butaca, con bigotes fruncidos, sin una acción natural ni una pizca de emotividad, más que la de dejar que la dueña de sus quincenas, tuviera el taco de ojo acompañado de todas las cosas que transitan en su mente.
Hoy tengo ganas de ti, Te amaré, Manos llenas, de verdad no hay canción que sus seguidores no se sepan, en la que no le aplauden, porque todas son una fiesta en la que también brillan tres bellas coristas, de piernas alargadas por un entallado vestido y tacones.
Un equilibrio para que los chicos también tuvieran su sacudida de testosterona, sobre todo cuando las pantallas las alcanzaban a capturar entre sus leds de alta definición.
“Vamos a desnudarnos”, dijo. Evidentemente todas las niñas se la creyeron. Les tiró la ilusión, de inmediato. “Pero del alma y del corazón”, rió sin importar la desilusión de las inocentes palomitas que no les quedó de otra que lamentarse como si estuvieran en la primaria.
Me dediqué a perderte, Si tú supieras y No sé olvidar despidieron al Alejandro popero, que siempre deja en claro que un profesional de la voz no usa playback, mucho menos en la familia Fernández.
Pachangón
Las líneas dicen que se venía la parranda con mariachi. Eso mismo sucedió y, sinceramente, es lo que más esperan en una noche junto a un Fernández, al fin legado de familia.
Ahora sí, Alejandro pudo fiestear sin ninguna foto que lo comprometiera como en Las Vegas, hizo lo que quiso desde que disparó el tradicional homenaje a su querido Jalisco, con Guadalajara.
Sombrero, traje de charro aurinegro, moño rojo, sin duda su apá descansa en casa sabiendo que su herencia está bien cuidadita con su chamaco.
Qué lástima que el Coloso de Reforma no permite el caballito de tequila, la empanzonadora chela o el ardiente mezcal, porque con tanta música popular, se antoja un traguito.
Hay quien tiene mañas oportunas o sacos mágicos, con pachitas en su interior que inocentemente alivian la ausencia etílica en el inmueble. Sobre todo en balcones, donde algunos dones, discretamente, empezaron su propia fiesta.
Mismo discurso de siempre evocando los valores del mexicano para salir adelante, con una variación muy especial para tiempos en los que otro histórico como El Divo de Juárez se despidió.
“Como se lo dije a mi padre en su despedida en el Estadio Azteca y ahora al maestro Juan Gabriel: jamás olvidaré poner la música mexicana muy en alto”, gritó.
En honor a El Divo
En homenaje a Juan Gabriel, El Potrillo dejó una noche de lado el popurrí de canciones que en este Tour Confidencias rinde tributo a su padre, Vicente Fernández.
Antes de llegar a ese merecido homenaje acabó su momento con Sin tantita pena yComo quien pierde una estrella. Justo en este par de canciones su cabellera, teñida de negro y escondiendo sus canas, se rebeló y quedó justo alborotado como en su famosa foto en Las Vegas.
“Hace una semana recibimos una terrible noticia que conmocionó a México y al mundo entero, perdimos a uno de los mejores artista que hemos tenido, no tengo palabras para describir lo que siento por el maestro, pero sí con su música. Cantemos juntos estas canciones que nos dejó Juan Gabriel”, dijo.
Fue la parte más emotiva en la que el auditorio se puso de pie, con sus celulares en la mano para grabar Ya lo sé que tú te vas, una sentimental interpretación en la que el párpado enrojeció, la lagrima casi salió por culpa de un bonito coro que hizo que las canciones El Divo de Juárez se robaran la noche.
Lo mismo sucedió con La diferencia y Te sigo amando, las joyas que envió hasta el cielo con cariño al querido Divo a las 23:15 horas.
Así la noche
12 músicos lo acompañaron en la primera parte del show.
12 mariachis en el escenario.
3 años de su tour Confidencias.
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